Lo que hay que disputar (y comenzar a decir)
Por Valerie Tarazona Kong
El conflicto con la Iglesia ha sacado lo mejor y lo peor de muchos y muchas de nosotras. En mi caso, hace que mucho de mi identidad se remueva, agite y revolucione: es una cuestión política pero también algo personal pues mucho de lo que ahora soy se ve cuestionado, y mucho de lo que varios creemos está en juego. Es una disputa a muchos niveles, y creo que ahora es necesario entenderlo como eso: un conflicto, una lucha, suma cero en términos economicistas. Con este artículo no pretendo remitirme a verdad alguna, ni pretendo representar la postura de los y las estudiantes de la PUCP; lo que sí, busco disputar -sí, de nuevo- sentidos comunes respecto a lo que esta situación implica para la comunidad a la que pertenezco en especial desde lxs estudiantes. Es una lectura particular, pero no por ello singular o aislada; sé que muchos piensan como yo, o al menos de forma similar o -por decir lo menos- compatible. Y es, finalmente, la reafirmación de una postura ética, la manifestación de aquello que defiendo y me motiva a seguir sintiéndome parte de lo que actualmente es la PUCP.
Dado que esto es una disputa, a mi juicio, resulta necesario superar algunas ideas que considero bastante ingenuas en torno a todo este asunto con la Iglesia. En primer lugar que el cuco es (solamente) el Cardenal -vade retro- Cipriani. Ambicioso, autoritario, inmoral; muchos han sido los adjetivos que buscaron (y aún buscan) describir su actitud infame para con los derechos humanos y temas de naturaleza social, y por lo tanto, política. Sin embargo, su insistencia en que nuestra universidad no cumple con los requisitos para poder ser considerara pontificia y católica trascendió, demostrando que existen cuestiones de fondo que no se limitan a la personalidad poco (o nada) tolerante que exhiben el titular del Arzobispado de Lima y muchos de sus prelados[1] o a su ensañamiento legal con la herencia de José de la Riva Agüero. El ultimátum que envió la Iglesia hace ya casi dos meses evidenció, además, que esto no se trata de un espacio de diálogo puro y cristalino; no señores, no nos encontramos en ese sueño que nos pintan los manuales de negociación de la Defensoría del Pueblo o muchos textos de teoría política: no estamos en igualdad de condiciones ni manejamos (y eso está muy bien) lenguajes totalmente compartidos, no nos encontramos en un espacio idealmente democrático. Gracias a que estudio Ciencia Política, y que busco hacer política también, puedo afirmar que la democracia no es solo eso que nos pintan de color rosa (o blanquirrojo). Así, en segundo lugar debemos reconocer que la democracia no es solo consenso, es también conflicto; es disputa -otra vez-, es construcción de hegemonías. Y una de ellas es el sentido político que mi amigo Jorge Vela expone sustancialmente en ese artículo que me animó a ordenar las ideas que expongo aquí: sí, hay una democracia que busca defendernos a todos y todas de esos entes que pueden manifestarse de formas esencialmente totalizantes (el Estado, la Iglesia, la empresa). ¿Pero es esa la hegemonía que debemos construir?
En principio, ¿debemos construir hegemonías, disputar ideas? Considero que últimamente mucha de la discusión interna en los espacios de representación estudiantil ha llegado a un punto muerto debido a que no se ha sabido reconocer el trasfondo político de todo esto, enfocando el análisis del impasse a todo lo relacionado con el ámbito legal, reduciendo argumentos a lo instrumentalmente necesario para dar fin al suplicio jurídico que implica enfrentarse a la institución más antigua y poderosa de todos los tiempos en los tribunales ordinarios. Sí, eso está bien, la mirada pragmática-realista es útil para ponderar parte del impacto del conflicto en cuestión; pero no es lo único ni lo más importante que se debería discutir. ¿Por qué no se están pensando mecanismos y estrategias de difusión políticamente amigables y no solo de enfoque publicitario que empiecen a convencer al resto del estudiantado que es vital involucrarse en este asunto? ¿Nos da miedo encontrar una mayoritaria pared de actitud “apolítica” y pecar de “antidemocráticos” al no tomar en cuenta una posición cuando ni nos hemos preocupado por conocerla a profundidad? De ser así, sería éticamente inaceptable, y no solo por las razones que expone el compañero Vela [la no defensa de la democracia liberal] sino porque constituye una falta hacia nuestro sentido de identidad, de pertenencia a una comunidad cuya existencia como actualmente la conocemos depende de reglas posicionadas en términos simbólicos y de discurso: que nos califiquen de ”caviares” no es algo gratuito compañero o compañera estudiante. ¿O es que acaso preferimos mantenernos en la inercia de la autorreferencialidad a costa de las reglas que hemos establecido como propias: democracia entendida como pluralidad y autonomía como autogobierno?
A mi parecer, la hegemonía que deberíamos comenzar a asumir como estudiantes es la reafirmación del sentido de universidad: una comunidad que genera conocimiento libre, que puede permitirse cuestionar la realidad sin ataduras de ningún tipo tanto para la colectividad que su Asamblea busca representar, como para cada uno de las y los individuos que la conforman. Y si, ante la aparente derrota[2] de una visión progresista y plural del catolicismo, lo anterior implica dejar de lado la totalidad de nuestra identidad católica, pues hagámoslo: empecemos a reconocer no solo los contras de renunciar a ella, sino también los pros. Convenzamos al resto de la necesidad de sentar una postura, de involucrarse; no tomemos las decisiones por otros u otras, busquemos involucrarlas en aquello que definirá su futuro como miembros de un cuerpo que, en la práctica, es identificado con ciertos valores que no deben dejarse de lado en una sociedad como la nuestra. El silencio y la escasez de debate público entre estudiantes, en una coyuntura como esta, no puede hacer más que jugar en nuestra contra, infantilizándonos aún más hacia afuera y hacia dentro[3]; reproduciendo el discurso que varios sabemos tienen las autoridades sobre el movimiento estudiantil.
[1] Uno de ellos es Monseñor Javier del Río, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana, quien da declaraciones fuertemente intolerantes en una carta recientemente publicada por la FEPUC.
[2] Mi compañera Katty Sarmiento ha plasmado algunas reflexiones al respecto en un artículo donde se pregunta si la imagen que proyectan las autoridades de estar dirigiendo una universidad perfecta es realmente espontánea o resulta producto de una disputa respecto a lo que la identidad PUCP significa para diversos actores.
[3] Este tema es uno que ha ido rondando por mi cabeza hace mucho tiempo desde que la MD FEPUC 2012 empezó a asumir un mayor liderazgo mediático que su predecesora. Espero pueda darle forma de artículo a mis reflexiones pronto :)